Tras los pasos de Bingham (gateando) en Choquequirao y Machu Picchu
- henrygru0
- Apr 7, 2021
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Updated: Apr 10, 2021


Normalmente no soy muy amigo de las efemérides y en este caso, es importante aclarar, todo fue una casualidad. Este año, sin planearlo así, celebramos (unos buenos amigos y nosotros) los 100 años del "descubrimiento" de Machu Picchu. Así es, el célebre conectiques Hiram Bingham III, que ese es el gentilicio de quienes son oriundos de Connecticut, llegó a Machu Picchu un 24 de julio de 1911 y nosotros, junto a 2800 turistas más, llegamos allí mismo 100 años y 25 días más tarde, hace unas cuantas semanas, el 19 de agosto pasado.
Nuestra épico viaje comenzó hace unos meses en Cataluña. Como ocurre a menudo, la idea nació en una conversación de sobremesa, esta vez en un pueblo en la Costa Brava hacia el final del almuerzo con algo de migas sobre el mantel y suficiente vino blanco en los vasos. Sugeriamos Vanessa y yo que exploraramos algún rincón del Perú y Edu y Ana, que son encantadores y aventureros y que confían ciegamente en nosotros, dijeron que si. "Me encanta la comida peruana" dijo Ana sonriendo.
Volvimos a Nueva York e inmediatamente comencé a programar el viaje. Estaba convencido de que no bastaba con visitar Cuzco y Machu Picchu, había que aprovechar nuestro viaje para pasear por las entrañas del imperio Inca, tenemos que escudriñar un poco más, no podíamos conformarnos con el típico circuito turístico, había que ser creativos. Que mejor fuente de ideas que la bitácora de viaje del flaco Bingham. Leyendo sobre sus expediciones descubro que en 1909, dos años antes de su famosa visita a Machu Picchu, Bingham acampó en Choquequirao, unas ruinas Incas remotas y olvidadas que se balancean -aún hoy- en el lomo de una montaña, en el mismísimo filo de la cordillera a 3.600 metros sobre el rio Apurimac. Tengo además dos amigos peruanos que algun dia fueron. "Chay!!!" dije (la mejor traducción que consigo de Eureka en Quechua) el viaje iba tomando forma.
Choquequirao es conocida (muy poco conocida) como la ciudad gemela de Machu Picchu, perfecto entremés para nuestro viaje. El plan era ir justo antes de Machu Picchu, pasar apenas dos días en Choquequirao para luego poder comparar las dos ruinas. Para llegar allí hay que dormir una noche primero en un pequeño hostal que se llama Villa los Loros, una posada frugal al pie de la cordillera que descubrí ojeando una de las 10 guías de viaje del Peru que tengo al pie de mi cama. Luego de una caminata, dice el website de la posada, se duerme dos noches en las ruinas en tienda de campana para luego pasar, ya de regreso, una última noche en el mismo hostal. Vaciló por un momento, tengo mis dudas sobre la afinidad del resto del grupo con la vida agreste de carpa, el deseo de conectarse con la Pachamama (madre tierra en la mitología inca), con el agua fría, con los mosquitos y el exceso de aire fresco a más de 3.000 metros de altura. Titubeo por un rato y llego a la conclusión (equivocada) de que no puede haber nadie a quien no le guste dormir bajo un cielo estrellado al pie de una ruina. A nuestros amigos españoles se le sumaron dos venepanamenos amantes del ceviche: Jorge (hermano mas que amigo) y su esposa Veronica. Ya éramos seis. Una semana antes de partir Edu y Ana anunciaron la incorporación de otro catalán insigne Josep Maria (Mia), el hermano de Ana. Ya éramos siete. "Vamos dos parejas y un trio a Perú" le decía yo a la gente cuando les contaba del viaje y luego agregaba "es un grupo muy liberal".
Cualquier viaje al Perú es obligatoriamente un peregrinaje culinario. Lima, más fea que bonita, tiene escondidos entre sus calles polvorientas un elenco de restaurantes mágicos donde, para desgracia de los pulpos, camarones y corvinas, se come espectacular. El martes almuerzo en Amor Amar http://www.amoramar.com/ y cena en Simposium, el miercoles almuerzo en El Mercado http://newworldreview.com/2010/11/el-mercado-lima/ y -a manera de introducción para nuestros amigos de España que acababan de aterrizar- cenamos en la Huaca Pucllana, un restaurante cómodamente recostado sobre unas ruinas pre-incas iluminadas de noche en medio de la ciudad http://www.resthuacapucllana.com/. El viernes, para darles la bienvenida a Jorge y Verónica, almorzamos en Pescados Capitales, siete devotos feligreses sonrientes y hambrientos en el templo del pescado y el limon http://www.pescadoscapitales.com/. El largo almuerzo (un desfile de aletas, tentáculos y antenas) fue solo la antesala a una larga y entretenida cena en La Gloria sentados a unas pocas mesas del ex-presidente Alejandro Toledo y sus amigos http://www.lagloriarestaurant.com/. Un verdadero festival gastronómico, comimos mucho y variado, de todo menos cacahuete porque a Mia le da alergia ("Mia, cacahuete es mani en Peru" le decíamos con cariño para que estuviera pendiente).

Nuestra última tarde en Lima, durante la breve pausa entre restaurantes, visitamos el museo de Enrico Poli, la colección privada de arte colonial y precolombino de un pedante inmigrante italiano venido a más. Las habitaciones de su casa, una casa cualquiera en el barrio de San Isidro, están repletas de muebles coloniales maravillosos y decenas de pinturas de la escuela cusqueña que sirven de pretexto para la "nueva" historia del Perú que nos cuenta Poli junior, una relectura resentida y fragmentada de los excesos y pecados de los conquistadores. Nuestros amigos catalanes, algo aludidos pero no intimidados por las muchas referencias de Poli a las maldades de Pizarro y sus españoles, estaban igual de asombrados que nosotros con los muebles y la platería, con los adornos de monasterios y conventos que Poli probablemente compró por unos cuantos soles a alguna monja en apuros. Nos cuenta de cuando Pavarotti visitó la casa y trato de comprar uno de los muebles ("este, el unico bargueño en el mundo que sobrevive intacto" nos dice Poli) y como su padre se rehusó a venderselo cantandole un "no" en do mayor. Atravesamos un pequeño patio interior de palmeras y entramos en las que fueron alguna vez las habitaciones de servicio de la casa, unos cuartos pequeños donde hoy guarda -sin protección alguna- una colección impresionante de piezas precolombinas. Oro, muchisimo oro (seis trompetas de oro macizo con las que fácilmente pudieron haber derrumbado las murallas de Jericó), momias, telas, vasijas, figurillas humanas en posiciones de kamasutra andino y mantos de plumas. Todo comprado a huaqueros sin escrúpulos (ladrones de tumbas) durante los últimos 60 años.
Esa noche nos acostamos satisfechos, bien apertrechados de calorías, listos para la próxima etapa del viaje. Al día siguiente volábamos a Cuzco.
Todo el mundo nos advierte del soroche o mal de altura. Así que, atentos a los consejos, bajamos muy lento del avión, caminamos lento a buscar nuestras maletas, entramos al hotel Monasterio pasito a pasito y nos sentamos a tomar té de coca. Nuestro hotel es un antiguo convento http://www.monasteriohotel.com/web/ocus/hotel_monasterio.jsp renovado hace unos veinte anos. Los cuartos algo lúgubres tienen oxígeno adicional y un televisor extrañamente empotrado, los pasillos con música gregoriana y el desayuno celestial. Cuzco (o Cusco o Cosco, que tiene una ortografía escurridiza) nos dicen significa ombligo en Quechua. La ciudad era la capital del imperio inca, el centro del Tahuantinsuyo, el largo y ancho territorio que se abría a los cuatro puntos cardinales desde Colombia a Chile y el norte de la Argentina. Si la Koricancha, el templo más importante de la ciudad ocupaba el lugar del mismísimo ombligo del imperio, nuestro hotel debe estar entonces por allí por la entrepierna por donde comienza la ingle, perfectamente ubicado a unas dos cuadras de la catedral y la Plaza de Armas. Nuestras media-chirimoyas se retiran a descansar a sus aposentos mientras que nosotros, fuertes, osados y sedientos de aventura, salimos a explorar la ciudad. En la Plaza de Armas encontramos montones de turistas entremezclados con los locales, cerca de la estatua de Pachacutec una banda marcial vestida de rojo se deja tomar fotos. No puedo dejar de imaginarme la entrada de Pizarro allá en 1532, el espectáculo que habrá sido la ciudad en todo su esplendor cuando todavía estaba fresca la memoria de los Incas y del recién asesinado Atahualpa. Nos montamos en un taxi y le pedimos al chofer que nos subiera a Sacsayhuaman, las antiguas murallas incas de piedras inmensas (ciclópeas dice la guia de turismo) en las afueras de la ciudad. El taxista, el primero de una cadena de Victores que conoceriamos en el viaje, nos alegró la tarde. En la radio tenía el juego de futbol del Cienciano de Cuzco contra el Alianza de Lima. Mia (fanatico del Barsa hasta los calzoncillos) escuchaba con atención las incidencias del partido mientras veía -algo asustado- como Victor adelantaba otros carros en las curvas. Visitamos las ruinas y desde allí cerca un mirador desde donde había una vista espectacular de Cuzco (o Cusco o Cosco) con una luna inmensa de fondo.
Mía, que era la primera vez que venía a América Latina, estaba preocupado porque la ruta que Víctor tomó de vuelta subía en vez de bajar: "tío, nosotros no vinimos por este camino" nos decía en voz baja algo preocupado sospechando que estábamos siendo secuestrados. Al fondo el Alianza de Lima atacando en los últimos minutos del tiempo de descuento. El buen sentido del humor de Victor era contagioso, casi no podíamos hablar de la risa. Luego de varias curvas y muchas carcajadas, nos dejó sanos y salvos (y sin pedir rescate) en nuestro hotel. Esa misma noche nos encontramos en el lobby del monasterio con el segundo de los Victor, Víctor Rolins se llamaba el guia que nos llevaría a Choquequirao ("mi segundo nombre lo escogió mi papá porque le gustaban los Rolling Stones" nos aclaró). Luego de una cena lenta en el restaurante Limo con vista a la Plaza de Armas http://www.cuscorestaurants.com/eng/limo.php le dimos las buenas noches a Jorge "Manilow" y Edu "Sesto", era hora de dormir.

Como ocurre siempre con este tipo de excursiones, todo el mundo se despierta con energía el dia que comienza la aventura, todos estrenando la ropa de safari, posando limpios y sonrientes para la foto de rigor a la puerta del hotel. Nos montamos en el carro amarillisimo que nos llevaría a Villa de los Loros a cinco horas de carretera valle adentro en la provincia de Apurímac muy cerca del pujante pueblo de Huanipaca (donde solo hay un teléfono.) Durante todo el camino, a intervalos de 10 minutos, Jorge iba avisandonos amablemente y con absoluta precisión cuál era la altura que marcaba su reloj: estamos a 3245 metros, a 3235 metros, a 2452 metros..........Al fondo, el pico Salcantay nevado, blanco y frío sobre el cielo azul.
Marco, nuestro anfitrión en Villa los Loros, una suerte de Sr. Rourke con fuerte acento italiano, nos recibió (antes de ni siquiera saludarnos) con el siguiente discurso: "Acaban de llamarme para decirme que un grupo guerrillero acaba de interceptar a unos turistas camino a las ruinas de Machu Pichu. A los turistas normalmente no les piace que los apunten con las metralletas. Pero no hay nada de qué preocuparse, no se asusten ustedes. No están en peligro. Solo se los comento porque acaban de contarme la noticia y tenía que externarla". Nos reparte las llaves de nuestros cuartos, unas cabañas de decoración sencilla, y nos cita para cenar a las 7.30. Empiezo a notar cierta preocupación entre algunos de mis co-viajeros que no había leído con suficiente detenimiento los correos electrónicos que mandaba semanalmente con la descripción del viaje a Perú y, sobre todo, de la caminata. Jugamos futbolín esa noche (Edu fenomenal, Casillas e Iniesta en uno) y luego una buena cena durante la cual Jorge interrogó a Marco sobre cómo a alguien se le puede ocurrir mudarse de Roma a las afueras de Huanipaca. "Giorgio" le respondia afectuosamente Marco, "Italia y Europa, sobre todo después del Euro, no sirven para nada. Europa está arruinada. No hay niente que facere alla, aqui esta todo por hacerse. Alla te prohiben todo, aqui en Peru se puede facere de todo". Giorgio lo miraba escéptico. "Marco todavia hace todos los cálculos en Liras" me decía Giorgio, "debe ser que se esta escapando de algo" insistia extrañado camino a la cabaña esa noche, "no puede tener otra explicación".
Salimos muy temprano caminando sonrientes valle abajo hacia el río Apurímac. Desde el sendero se veía en la distancia la montaña empinadisima que hay que subir para llegar a Choquequirao. Sobre la ladera a lo lejos nos mostró Victor el camino zigzagueante que se perdía loma arriba: "ese sendero que se ve allá es el que hay que subir" y señalaba con el dedo un electroencefalograma escrito en la piedra. Luego de unas tres horas nos paramos a almorzar a la orilla del río. Cruzamos un puente colgante y a subir. Con nosotros, de último con un arriero, un caballo de emergencia para los rezagados que comenzaba a guiñar el ojo a Jorge. Del otro lado del puente comienza una subida lenta de siete kilómetros infinitos. Veronica de primera y todos nosotros, sudados y muy cansados, a un paso cada vez más lento. Largo, muy largo y empinado y a nuestra derecha un precipicio y vistas espectaculares. Cinco horas más tarde (cinco horas y media para los más demorados del grupo) llegamos a un pequeño campamento, una terraza de grama (cesped para Ana, Edu y Mia) donde nos esperaban nuestras mulas. Solo había duchas de agua helada y Mia gritando improperios en el español más castizo cada vez que se mojaba "pero es que no me lo puedo creer tio" repetía mientras trataba de secarse con la toalla del tamaño de una servilleta que Marco nos había dado.
El campamento queda más abajo de las ruinas a unos 40 minutos a pie de la plaza central de Choquequirao. Esa tarde solo Edu y yo nos aventuramos a subir. Choquequirao (que significa cuna o trono de oro) es una ciudad imponente de la que apenas el 20% ha sido excavado. La ciudad descansa recostada a ambos lados de la sierra al pie de picos nevados sobre profundos cañones. Igual que Machu Picchu, jamás fue visitada por los españoles. En su momento de esplendor se calcula que la habitaron entre 1000 y 1200 personas que recibían visitas periódicas del Inca. Las terrazas de Choquequirao son las únicas en todo el Perú que tienen mosaicos decorativos, llamas en piedra blanca y motivos geométricos que las adornan. Un sistema de riego recoge agua del deshielo repartiendola por la ciudad y por las terrazas donde cultivaban papas y maíz. Mientras Edu y yo recorriamos las ruinas entretenidos, abajo en nuestro campamento, sin nosotros saberlo, Jorge (acabado de duchar con agua helada) comenzaba a gestar la insurrección. A eso de las 8.30 de la noche nos acostamos luego de una buena cena preparada por Rodrigo nuestro cocinero ("pero es que no me lo puedo creer tio" se empezó a escuchar desde una de las carpas cuando Mía descubrió que tenía que meterse en un saco de dormir usado. "Como hago?" se preguntaba a sí mismo en voz alta "estoy muy apretado en este sleeping bag y yo solo puedo quedarme dormido en posición fetal"). Afuera una noche estrellada maravillosa, a nuestro lado 10 tiendas de campaña de un grupo de noruegos nada estreñidos y bastante conversadores. Yo dormí profundo esa noche, el resto no tanto.
Llegó el amanecer y con la salida del sol el golpe de estado. Apenas Jorge abrió los ojos reunió al resto (que ya hacía horas estaban despiertos) y los llamó a sublevarse bajo el lema de "ni un dia de carpa más". Luego de una votación apurada se aprobó la moción (con mi voto salvado) de no pasar una noche más en el campamento y volver a Villa los Loros. Verónica y Mia decidieron acompañarme a visitar las ruinas de nuevo antes de bajar, el resto del grupo comenzó de inmediato el viaje de regreso (Ana, Vanessa y Jorge sin haber llegado a Choquequirao. "Són només pedres" le decía Edu a Ana en catalán para que no se sintiera mal). El regreso fue largo y seco, la logística algo improvisada y el esfuerzo físico exigente. Aun así, disfrutamos todos del paisaje y de los placeres de la campiña peruana incluyendo los tres toros (o vacas con cuernos, que para le caso da lo mismo) que nos emboscaron en los matorrales ya casi llegando al hostal. Nosotros, cual Hansel y Gretels andinos, perdidos sin guia tratando de encontrar el camino de vuelta a la Villa de los Loros. Cuando faltaba una hora de camino apareció Marco para rescatarnos en su camioneta. Esa noche, cansados y cojeando, felices de dormir en camas y tener agua caliente, orgullosos de nuestra hazaña, cenamos con Marco fetuccinis y turrón hechos en Abancay con música de Soda Stereo de fondo. Fue una cena muy (muy) entretenida.
Los próximos cinco dias nos entregamos al lujo y el hedonismo en el Tambo del Inka en el Valle Sagrado http://www.starwoodhotels.com/luxury/property/overview/index.html?propertyID=3285. Todo en el hotel es del mejor de los gustos. Las habitaciones impecables, las camas mullidas, el restaurante y el servicio inmejorables. Desde Urubamba hacemos excursiones cortas. Una tarde al mercado de Pisac para comprar artesanía, una mañana en bicicleta de montana a visitar las ruinas de Moyra y las blancas, blanquísimas, blancuzcas salinas de Mara. El 19 de agosto, el dia del cumpleanos de Jorge, nos despertamos temprano para ir a Machu Picchu en tren. Siguiendo de nuevo los pasos de Bingham, esta vez con comfort, pasamos varias horas recorriendo las espectaculares ruinas. Fueron cinco días de descanso y buenas conversas, de masajes, de juegos de backgammon y mucho lomo saltado (el mejor el de los Tres Keros que Vero descubrió).
La última tarde después del almuerzo decidimos Jorge, Edu y yo ir buscar un lugar en Urubamba donde tomarnos un pisco. En una ferretería nos dieron direcciones para llegar a casa de Tranca Fija (que así le decían porque tiene una pierna más corta que otra y cuyo nombre verdadero era, para sorpresa de todos, Victor). Lo encontramos, tal como nos dijeron, parado en la puerta de su casa listo para conversar. Pasamos una tarde inolvidable con Tranca escuchando historias y fingiendo que tomábamos ron. Nos contó de sus peripecias sentimentales allá en sus años mozos, nos ofreció llevarnos a encontrar un tesoro inca a cuatro días de viaje en una cueva llena de murciélagos (si supiera Tranca que el problema no son los murciélagos sino las tiendas de campaña), nos habló de cómo jugaba fútbol de pequeño ("me llamaban el Maradonita") y de las bondades de la piedra pómez para el cutis. Su esposa nos traía muy amablemente botellas de Coca Cola mientras Tranca nos contaba del insaciable apetito sexual de su abuelita que en paz descanse. Nos ofreció varias veces su casa y su horno de lena, nos pidió que lo volvieramos a visitar, nos contó de una espanola de quien quedo enamorado y nos dio un fuerte abrazo de despedida. Hay que volver a Urubamba le decía yo a Edu sentados en un mototaxi camino al hotel y el, que era el único que en verdad había tomado ron, me decía : "claro tío, si la hemos pasado bomba".
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