Tres reyes magos en Abisinia
- henrygru0
- Apr 9, 2021
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“Resferber”, llaman los suecos, a esa mezcla de anticipación y ansiedad que se siente en la víspera de un viaje, al sueno ligero de la noche antes, a la emoción que se siente al empacar la maleta y revisar por penultima vez el itinerario que conocemos de memoria, al pulso apenas acelerado cuando evocamos –imaginamos porque no los conocemos- los paisajes, olores y colores de ese destino lejano donde nos despertaremos al día siguiente. Siento Resferber, mucho Resferber, esa tarde camino al aeropuerto, y aun un poco mas cuando me acerco al mostrador de Ethiopian Airlines. Mi vuelo a Addis Ababa, con una corta escala en Lome, la modesta capital de Togo, tomara un poco mas de 17 horas. El avión es un moderno 787 atendido por simpáticas aeromozas que conversan animadas en Amharic, el idioma oficial y lengua franca de Etiopía que consta de cientos de caracteres y fonemas imposibles de descifrar. La empleada que me atiende en el mostrador me pregunta que otras ciudades de Etiopía visitare, le repito uno por uno cada uno de los lugares -me los se de memoria como la tabla de multiplicar-, cuando llego a Axum le digo: “donde dicen que esta el tabernáculo original” a lo que me responde muy seria: “no es que dicen, es que esta” y vuelve a sonreír amablemente preguntándome si prefiero pasillo o ventana. El plan original era volar junto con mi hermano pero su despiste – consecuencia de exceso de Resferber supongo- lo hizo equivocarse de aeropuerto (fue a Fort Lauderdale en vez de Miami) obligándolo a cambiar de ruta a ultimo minuto. Le toca ir via Alemania y Arabia Saudita, nos encontraremos en el aeropuerto de Addis Ababa si nuestros vuelos no se retrasan y sus conexiones funcionan. Nadav, mi querido sobrino, viene por Paris y nos encontrara temprano en el hotel a la mañana siguiente. Llevamos muchos meses, tal vez un ano, planeando el viaje; un paseo maravilloso de dos hermanos y un sobrino al cuerno de Africa, dos semanas explorando la mítica Abisinia, de largas caminatas por el norte de Etiopía, de desierto y de bosques, de volcanes y cataratas, de familias de mandriles y caravanas de camellos, de iglesias y monasterios misteriosos tatuados en la piedra, de gente sonriente, de memorias milenarias, de colores, de sorpresas, de cielo azul todos los días y atardeceres inolvidables.
Etiopía queda en medio de un vecindario de muy mala reputación. Sin acceso al mar, la rodean: Sudan, Sudan del Sur, Eritrea, Somalia, Djibouti y Kenia. Todos los vecinos, los dos últimos son la excepción, son lugares tumultuosos donde solo los turistas mas avezados se atreven a visitar. Las noticias que leemos de la zona son en su mayoría sobre atentados y asesinatos en masa, golpes de estado y conflictos étnicos, ataques piratas y bandas de terroristas; un elenco de estados fallidos y gobiernos autocráticos. Etiopía, por una suerte de magia política, ha logrado sobrevivir al caos que la rodea y continua funcionando relativamente bien. Las fisuras, sin embargo, son cada vez más evidentes. Las tensiones políticas en Etiopía amenazan con desatar las fuerzas de la misma falla tectónica, la de las rivalidades étnicas, que desde tiempos inmemoriales recorre todo el continente africano. Poco meses antes de nuestro viaje el gobierno levanto el estado de emergencia que había decretado para contener manifestaciones violentas en el estado de Gonder. Unos días antes de nuestra llegada hubo algunos muertos a manos del ejercito durante protestas en el sur en la region de Oromia, la mas poblada pero lejos de la zona que visitaríamos. Etiopía es sin embargo, y a pesar de la latente tension política y de las protestas intermitentes en algunas ciudades, un país seguro donde el crimen común prácticamente no existe. En las grandes ciudades (en las medianas, en las pequeñas y en el campo también) no se vive con zozobra, no hay peligro de ser asaltado, ni siquiera de ser acosado por vendedores ambulantes, taxistas o guías turísticos como ocurre en Marruecos o Egipto. Se puede visitar Etiopía -todavía- y ser recibido con una mezcla de curiosidad, amabilidad e indiferencia. No quedan muchos lugares así adonde viajar, menos uno con 100 millones de habitantes como Etiopía.
Etiopía tiene la curiosa distinción de ser el único país de Africa que jamas fue colonia de una potencia extranjera. En dos oportunidades, a finales del siglo XIX y de nuevo entre 1935 y 1941, fue blanco de la agresión de Italia sin llegar a ser, por poco en la ultima ocasión, colonia italiana. Una fuerte dinastía real, con un linaje que se remonta –ficticiamente como todos los mitos fundacionales- a la concupiscencia de la reina de Saba y el rey Salomon, le dio legitimidad y le permitió por muchos anos mantener el apoyo de las elites y el clero logrando la cohesion nacional. Hailie Selassie, el carismático Leon de Judea y uno de los mas celebres lideres del continente (ademas líder espiritual de los Rastafaris en Jamaica) controlo el país de manera férrea desde 1930 hasta 1973 cuando fue derrocado por un golpe que derivo en los anos de terror -ejecuciones y tortura- del regimen comunista de Mengistu. En 1991, luego de una larga guerra de guerrillas liderada por Eritrea y Tigray, cae Mengistu quien, invitado por Mugabe, huye a Zimbabwe donde aun vive hoy. En 1995 se funda junto con Eritrea una República Federal que terminara desintegrándose a los pocos anos. Ambos países, a pesar de su afinidad cultural, vivieron hasta hace unos meses oficialmente en estado de guerra.
En las ultimas dos décadas el país ha vivido bajo un sistema de democracia federal muy imperfecto con tensiones políticas y represión intermitente. Tal vez por el carácter problemático de sus vecinos y el protagonismo de Etiopía en la lucha contra el "islamismo radical" (tropas en Somalia, bases para drones, entre otros), el gobierno sigue contando con el apoyo de la comunidad internacional. La economía, aun con los grandes retos que enfrenta, ha crecido a gran velocidad en los últimos anos. Las hambrunas de los anos setenta y ochenta, que es lo primero que nos viene a la mente a muchos de nosotros cuando escuchamos el nombre de Etiopía (junto con la melodía del album “We are the World”) no han vuelto a ocurrir. El país es hoy, afortundamente, referente mas bien de veloces corredores y buen café (el cafe, la planta y el nombre, vienen originalmente de Etiopía ).
Aterrizamos cerca de las diez de la noche luego de un vuelo sin mayores contratiempos (para la cena me sirvieron por supuesto el ubicuo injera, una especie de panqueca amarga hecha de un cereal llamado tef que se combina con salsas y que comen de desayuno, almuerzo, merienda y cena). Paso rápidamente por inmigración y me encuentro con mi hermano -sincronización perfecta- que me espera en la zona de equipajes. Recogemos nuestros bolsos y salimos emocionados del aeropuerto a buscar al conductor que nos llevara al hotel. Hace algo de frio, Addis Ababa (cuyo nombre significa la nueva flor) queda, como gran parte del país, en lo alto de una meseta.
Addis es una ciudad relativamente joven fundada por Menelik II a finales del siglo XIX. Como muchas capitales en Africa, es una ciudad caótica no muy pintoresca. Nuestro hotel, el Sheraton, es un edificio imponente de estilo palaciego (nuevo rico) con grandes jardines, una piscina inmensa y un bar con jazz en vivo (la música etíope, en especial su version de jazz o "ethiopiques", es muy famosa). El Sheraton, como ocurre con frecuencia en las capitales africanas con los hoteles de cinco estrellas, es el punto de encuentro de la comunidad de expatriados y de los locales mas adinerados. Addis es la sede de la Union Africana y de 27 agencias de las Naciones Unidas.
Temprano en la mañana llega Nadav y salimos a conocer la ciudad. Nuestra primera parada es la catedral de la Sagrada Trinidad donde están enterrados el emperador Haile Selassie y su esposa al fondo de la nave principal en un par de sarcófagos inmensos bajo una lampara de cristal y pinturas en el techo que conmemoran los momentos mas importantes de su vida. A la derecha, el emperador Selassie en Ginebra dando su celebre, desesperado y premonitorio discurso en la Liga de Naciones pidiendo ayuda y denunciando a Mussolini y sus apetitos imperiales. Su discurso fue ignorado por los miembros de la Liga temerosos de irritar a los italianos. Alrededor de la Catedral se congrega a toda hora una muchedumbre de feligreses, paseamos entre ellos tomando fotos, impresionados por la devoción, hipnotizados con los colores y olores de un cristianismo distinto y misterioso.
Sacerdotes paseando con sombrillas de colores llamativos, mujeres y niños rezando, miles de velas amarillas, naranja y amarillentas y al fondo, un zumbido, el murmullo que se escucha cuando tanta gente le susurra a dios en el oido. Etiopía es un país donde la fe religiosa lo permea todo. Entre el 50 y 60 por ciento de la población es Ortodoxa Cristiana, alrededor de un 30 por ciento musulmán y el resto, sobre todo en el sur, animista. La religion cristiana ha dominado desde siempre la vida publica del país. A pesar de ellos, al menos hasta ahora, la convivencia con las otras minorías religiosas es armoniosa. Los rituales cristianos etíopes guardan una estrecha afinidad con los judíos. En Etiopía se practica la circunsición, se respeta una dieta muy parecida a la kasher y prefieren no trabajar los sábados.
Un cementerio rodea la catedral con las tumbas de ministros asesinados, cortesanos de Salassie, cantantes famosos, militares y comentaristas deportivos; un verdadero panteón de la farándula

Es difícil entender las fechas de nacimiento y muerte inscritas en las tumbas porque siempre aparecen dos fechas en la lapida. En Ethiopia uno se reconecta con la relatividad del tiempo, con lo que debió ser el mundo pre-gregoriano antes de la primera ola de globalización. El calendario etíope tiene una brecha de 7 a 8 anos con el Gregoriano; el ano tiene doce meses mas cinco o seis días que constituyen el treceavo mes. Ano nuevo es el 11 de septiembre (a veces el 12). Las horas del día también son distintas. Todo, al menos para nosotros, es muy confuso.

De la Catedral vamos a visitar a Lucy, la famosa Lucy, en el Museo Nacional. En el piso de más abajo, entre vitrinas sin despolvar llenas de cachivaches, en medio de un cuarto modesto, descansa recostado el celebre fósil descubierto en 1974 en el noreste del país. Lucy, que cuentan se llama así porque cuando la descubrieron los paleontologos escuchaban "Lucy in the sky with diamonds" de los Beatles, demostró que ya hace 3.2 millones de anos - mucho antes de lo que se pensaba- había quienes caminaban erguidos en dos piernas. Lucy, el hominido más viejo y más completo, se hizo famosa de la noche a la mañana. Nosotros nos asomamos a verla y, como la mayoría de la gente supongo, nos encogimos de hombros algo decepcionados. A los pocos minuto se fue la luz del museo, era hora de almorzar.
Nuestro primer día termina con una visita al Merkato, tal vez el mercado al aire libre más grande de Africa. Los locales dicen que no hay nada que no pueda conseguirse allí. Es un laberinto bien organizado que parece la escenografía del proximo episodio de MadMax. Hileras de comercios que ocupan manzanas enteras abarrotados de gente comprando y vendiendo cosas que jamas imaginamos podían comprarse o venderse. Nos bajamos del carro y paseamos por la sección de basura reciclada. Son montañas de desechos clasificados por color y material, obras de arte que se balancean a punto de caer, bidones azules, bidones amarillos, miles de botellas de whisky (solo J. Walker), metal oxidado, aceite usado, cuero, carton y papel, sandalias hechas de llantas. El Merkato es un museo de arte post-apocaliptico, una postal de lo sórdido, de la energía del caos y su sorprendente capacidad de reconvertirse en orden. Una cena típica esa noche, la injera de rigor, y de vuelta al hotel a descansar. Al día siguiente salimos temprano a Lalibella.
Luego de una breve escala al borde del lago Tana, aterrizamos en el aeropuerto de Lalibella al norte de Addis. Nos bajamos de nuestro pequeño avión frente al terminal del aeropuerto, estamos a 2.500 metros de altura en el altiplano central. Es un día asoleado, azul muy azul, el camino a nuestro hotel es hermoso. Al borde de la carretera el sol se escurre entre el trigo, la cebada, el tef y el sorgo mientras que grupos de niños y abuelos recogen la cosecha arrodillados. Algunos animales, unas cuantas vacas, un burro, algunas cabras, que levantan la cabeza indiferentes cuando pasa nuestra camioneta carretera arriba camino al pequeño pueblo. Llegamos a hotel donde nos encontramos a la que bautizamos la familia Von Trap (que también estaba con nosotros en el avión). Son papa, mama y cuatro niños chiquitos que, ajenos al stress, están paseando por Etiopía como si estuvieran en Orlando. Los padres no gritan ni pelean, los niños solo sé portan bien.
Nuestras habitaciones son amplias pero huelen a insecticida (mucho Baygón) y el suelo es resbaladizo. Nos cambiamos, almorzamos -nos ofrecen injera- y salimos a visitar el complejo de iglesias de Lalibela, la atracción más importante de Etiopía y el segundo lugar mas sagrado luego de Aksum. Construidas entre el siglo VII y XIII, las iglesias de Lalibela están esculpidas en la roca y buscan reproducir Jerusalem. A pesar de su importancia, fueron vistas por los primeros visitantes de occidente, como muchos otros lugares de Etiopia, apenas hacia finales del siglo XV. A diferencia de otras ruinas, Lalibela sigue siendo lugar de peregrinaje. La red de caminos, mucho de ellos subterráneos, y las iglesias estan repletos de sacerdotes y feligreses rezando, meditando, dando clases, no es difícil imaginarse el transitar de gente hace siglos. Las iglesias, Bete Amanuel, Bete Abba Libanos, Bete Maryam...., son todas distintas e igual de espectaculares. Declaradas Patrimonio de la Unesco en 1978, Lalibela es un destino obligado del turista que va a Etiopía. Aun asi, el lugar no esta abarrotado de extranjeros. Pasamos toda la tarde y la mañana siguiente explorando fascinados la Nueva Jerusalem, tomando fotos, caminando por túneles y pasadizos secretos, viendo la luz colarse traviesa por las ventanas de piedra, escuchando los rezos y el trinar de los pájaros temprano en la mañana cuando acaban de cortar la hierba. Cruces cavadas en la tierra, cincelada a cincelada esculpiendo la piedra, miles de manos devotas. En la noche vamos a cenar a un restaurante de una suiza en un edificio futurista semi-abandonado que parece una obra de Escher. Desde la terraza, con unas cervezas, se ve todo el valle y el atardecer, no hay luces en la distancia, solo el sol escondiéndose, las nubes, algo de bruma y dos o tres pájaros inmensos flotando sin esfuerzo. El perfecto final para un maravilloso día.

De Lalibela volamos a Gonder la mañana siguiente. Gonder es lo mas parecido en Africa al mundo legendario de reinos y castillos en Europa ("Camelot etíope" lo llaman). En 1636 el Emperador Fasiladas movió la capital a la ciudad de Gonder que mantuvo su esplendor por mas de un siglo convirtiéndose en el centro cultural del imperio. Las artes y el lujo florecieron en el seno de la corte y con su apogeo llegaron, como era de esperarse, también las intrigas y conspiraciones que para el siglo XVIII ya habían llevado a la ciudad y a la clase gobernante al declive. Todavía hoy se puede visitar las ruinas bien mantenidas del complejo real amurallado con castillos impresionantes, establos, baños de vapor, salones de banquetes, torres, e inmensas habitaciones por las que desfilaron los emisarios de occidente. Prester John, el mítico rey cristiano que se pensó podia vivir en Etiopía y que supuestamente le escribió al Emperador Manuel de Bizancio para informarle de centauros, amazonas y gigantes, si bien existió solo en la fértil imaginación de los europeos, pudo haber habitado cualquiera de los castillos de Gonder. Fue la búsqueda de Prester John la que dio lugar en cierta medida a la gran era de exploración de los portugueses que termino cambiando el mundo. Lo más impresionantes de Gonder, sin embargo, no son sus castillos sino los arboles que rodean las inmensas albercas del emperador. Son hileras larguísimas de raíces de Banyan trees que se sientan arrodillados sobre el borde de las piscinas esperando pacientes el regreso de Fasilides y su colorida corte, extrañados de no haberlos vuelto a ver después de esa ultima tarde de verano hace ya un tiempo. Caminamos por el patio con la brisa fresca que nos da en la cara, escuchando los pájaros, nos sentamos a admirar las tercas raíces que nos preguntan, a gritos pero en silencio por el malagradecido rey.




De Gonder partimos en carro al parque nacional de las Montanas Simien (también Patrimonio de la Unesco), conocido no solo por los espectaculares paisajes sino por tres especies endémicas de Etiopía: los mandriles Gelada, el lobo etíope y el Walia Ibex. De los tres solo podremos ver a los mandriles, los mas fotogénicos y abundantes. Nuestro chofer, que se llama Hailie como el emperador, nos acompañará el resto del viaje. En Etiopía hay que ser buen chofer para esquivar el potpourri de animales que caminan por la carretera sin prestarle atención a los carros. Burros, camellos, vacas, cabras, perros, ovejas ("las parrillitas mixtas") que sin aviso toman el centro de la via. Hailie conoce bien la dinámica, suena la corneta y espera paciente a que los animales hagan lo que les de la gana. Las carreteras, construidas por los chinos recientemente, son bastante buenas y hay muy poco trafico. Casi no hay vehículos particulares, algunos camiones de carga que por alguna razon desconocida se vuelcan con más frecuencia de lo normal. El paisaje a medida que subimos al Parque de Simien va cambiando a vegetación de altura. A los lados del camino hay pueblos y sembradios pintorescos que rodean amenazadoramente el parque. El parque Simien, fundado en 1969 con una extension de apenas 220 kilometros cuadrados, es muy pequeno para los estandares africanos y cuenta con un presupuesto insuficiente que depende en gran parte de donaciones de paises extranjeros, Austria principalmente. La zona donde se encuentra el parque tiene una alta densidad de poblacion y ha sido habitada desde hace dos mil anos, lo que hace que aumente cada dia la presion sobre el area protegida. En el parque nos quedamos en Limolima (limalimolodge.com), un eco-lodge de ensueno que queda frente a un acantilado profundo, profundisimo, en la entrada del Parque. Nos reciben dos empleados al pie de una loma que termina en la terraza del hotel. Es imposible no quedar boquiabierto con la vista, sobre todo al atardecer cuando llegamos nosotros. Es un precipicio infinito que se repite en la distancia hasta donde la vista alcanza, despenaderos de roca, acantilados verde y ocre. Todos los huespedes del hotel pierden el aliento frente al espectaculo de las barrancas de Simien.

La atencion del hotel es impecable y la comida muy buena -no injera esta vez-. Quienes concibieron el hotel, uno de los pocos de su estilo en Etiopia, fue un etiope y su esposa inglesa. La decoracion es minimalista y de buen gusto, el ambiente relajado, frio y silencio. Esa noche al costado de nuestro cuarto encontramos una inmensa rata de montana escondida en su madriguera. Tiena la piel negra con franjas blancas, la encuentro en mi libro de animlaes de Etiopia. Nos vamos a dormir convencidos de que somos unos biologos consumados.
Nos despertamos temprano para ir de excursion a ver los mandriles Gelada, el unico mandril del mundo que come grama. Yo, que soy un apasionad de los animales, hace muchos anos que he sonado con verlos de cerca con sus inmensos colmillos y el pecho en fuego. El guia nos asegura, asi como todos los libros de Etiopia, no solo que veremos los monos sino que podremos acercarnos sin problema. Comenzamos nuestra caminata por el parque entre la neblina que cuelga de los arboles, rodeados de olores (tomillo salvaje), nos sigue de cerca un guardia con una Kalashnikov oxidada y sandalias de plastico, nos sentimos protegidos. Al poco rato el guia nos avisa que estamos cerca de un grupo de Geladas. Voila, doscientos o trescientos mandriles comiendo apaciblemente en un escampado; bebes, mamas, primos, tias, amigos y unos cuantos machos dominantes de unos cuarenta kilos comiendo distraidos, agachados arrancando grama a una velocidad impresionante. En el parque los mandriles estan tan acostumbrados a la visita que no tienen problema en que uno se acerque. Nos acostamos en la grama entre ellos, les tomamos close-ups, nos ignoran. A pesar de ser endemicos, la poblacion de mandriles se calcula en los cientos de miles. Su principal amenaza es la falta de habitat por presion demografica y la escasez de tierra agricola fertil. Durante el resto del dia nos tropezamos con otros dos grupos, el segundo incluso mas numeroso. Es una experiencia fascinante sentarse entre ellos a contemplarlos.
Seguimos caminando por la montana al borde del desfiladero deteniendonos cada diez minutos a disfrutar del paisaje. Para almorzar nos sentamos en una esquina privilegiada frente a un trio de cataratas altisimas que nos recuerdan el parque Canaima en Venezuela. Junto a nosotros almuerza un espanol bien viajado que ha dejado a su esposa en el carro. Estamos hipnotizados con la vista. El agua cae desvaneciendose antes de tocar el suelo, de la cara de la montana caen muchisimos hilos de agua, algunos caudalosos, otros apenas visibles, como si la tierra no pudiera parar de llorar.
Volvemos al hotel a cenar. Buscamos de nuevo a la rata, le tomamos una foto y nos acostamos a dormir. Al dia siguiente manejaremos largo hasta Aksum.
El camino comienza por una carretera zigzagueante que data de la epoca de los italianos. Nos detenemos con frecuencia a tomar fotos y admirar el paisaje que se abre desde lo alto de la montanas. Son varias hora de carretera hasta Aksum, la primera capital del pais, el centro de poder del imperio Aksumita, el hogar del tabernaculo y las tablas de los diez mandamientos. Pasamos varias horas de camino explicandole a mi hermano que no importaba tanto si el verdadero tabernaculo estaba o no en Aksum. Henry insiste que es imposible, Hailie el chofer dice lo contrario. Seria interesante escuchar que opina Harrison Ford. La tradicion ortodoxa cuenta que el hijo del rey Salomon y la reina de Saba trajo sin permiso las tablas de la ley de Jerusalem y que, desde entonces, estas permanecen en Aksum bajo el resguardo de una misma familia que va pasando las llaves de generacion en generacion. Solo el guardian de turno puede ver el codiciado tesoro.
El imperio aksumita se remonta a mucho antes de la era cristiana, algunos lo ubican hasta 4 siglos antes de Cristo, y su area de influencia llego hasta el valle del Nilo, Sudan y Arabia. Viajar de Gonder a Aksum es viajar hacia atras en el tiempo. Llegamos al Yeha Hotel donde somos, muy probablemente los unicos huespedes. Nos espera en la puerta una familia de monos escandalosos y un botones disfrazado de harlequin que recibe nuestras maletas con mucho, demasiado, entusiasmo. El lobby del hotel, decorado hace 40 anos y jamas renovado, tiene un par de televisores prendidos con telenovelas sudanesas. Huele a moho. Las habitaciones estan en peor condicion aun. Tomamos las fotos de rigor para mostrarselas a nuestras esposas ("te las imaginas aqui?") y salimos a encontrar a Tecla, nuestro guia esa tarde. Tecla es, sin lugar a dudas, el mas simpatico de todos nuestros guias. Ademas de buen sentido del humor tiene un tumbadito contagioso al caminar. Nos lleva de primero a ver las estelas de Aksum, altisimos y antiguos monolitos cuyo origen sigue hasta el dia de hoy envuelto en misterio. Son obras monumentales de granito macizo que siguen maravillando hoy por su tamano, peso y calidad de factura. El resto del dia nos lleva a ver el museo local y otras ruinas menores. Mi hermano y Nadav toman cafe artesanal en una pequena tienda de campana atendida por una alumna suya (Tecla da clases en la universidad). Esa noche nos sentamos en la terraza de nuestro hotel a contemplar el final del dia, a ver como cae el sol y la pequena ciudad se recoge, a escuchar -se ha ido la luz- el ir y venir de los locales que vuelven a casa. Tenemos unas buenas fotos que tomamos en el "golden hour", esos minutos justo antes del ocaso cuando los colores se realzan y las sombras bailan. Mi hermano, fotografo el, es el unico que puede decretar cuando comienza y termina el "golden hour". Nadav y yo esperamos todos los dias impacientes para sacar nuestras camaras.
Hailie nos recoge en la manana y partimos rumbo a Tigray donde comenzara nuestro paseo de tres dias por la montana, un programa de senderismo en colaboracion con las comunidades locales que ofrecen albergue, comida y animales de carga. En una interseccion de la carretera nos detenemos para encontrarnos con Mulat, nuestro guia por los proximos dias. Mulat es un guia extrovertido, de pelo rastafari con sombrero morado. Nos saluda a la manera de los locales -tres golpes de hombro y un medio abrazo- y comienza a contarnos de la excursion. Caminaremos por tres dias por una de las escarpas de la zona atravesando comunidades agricolas y visitando antiguas iglesias cavadas en la roca. Tendremos la oportunidad de recorrer el valle y conocer a los campesinos y sus familias. Partimos felices valle abajo por la falda de la montana caminando entre terrazas y arboles frutales. Cada vez que atravesamos un caserio terminamos con una cola de ninitos que nos siguen, somos una suerte de flautistas de Hamelin. Por tres dias no veremos ni un solo turista. El primer dia visitamos una pequenisima iglesia con pinturas maravillosas de hace siglos. El sacerdote, conocido de Mulat, nos muestra libros antiguos, instrumentos musicales, reliquias que conservan en los armarios. Escuchamos algunos cantos, prendemos velas y hacemos preguntas. Al salir los hombres del pueblo nos ofrecen cerveza artesanal, un menjurje fermentado imposible de tomar. Fingimos probarlo, los acompanamos un rato y seguimos nuestro camino. Luego de varias horas de caminata llegamos por un desfiladero, una hojilla de piedra, que nos conduce a nuestro primer albergue, una casa de bahareque al borde del acantilado en la mejor ubicacion que uno pueda imaginarse. Nos quitamos las botas, nos ponemos nuestras sandalias y nos sentamos a tomar cerveza en la azotea. Desde alli vemos todo el valle arido, rojizo como el atardecer, es el golden hour -la decreta Henry- llegamos en el momento perfecto para disfrutar la vista. Del acantilado cuelgan algunos arboles milenarios que se han salvado milagrosamente de la tala indiscriminada, pinos inmensos que se aferran a las piedras. A lo lejos vemos tres o cuatro hyrax saltando de rama en rama, un poco mas alla un pequeno grupo de mandriles buscando que cenar. Todos los dias decimos que el dia siguiente no puede ser mejor y todos los dias nos equivocamos.
Cenamos injera en un cuarto alfombrado de pasto verde, hablamos con Mulat de su vida y de sus amigos, del restaurant que tiene con su hermana, de las fiestas y costumbres. Nos cuenta que muchos de los locales no saben su edad, que para lavarse los dientes usan una ramita, que pocos se atreven a hacer la comunion porque despues de hacerla no pueden volver a mentir, nos cuenta de la mistica de la mitica guerrilla tigrena que derroco a Mengistu. Se hace tarde, desempacamos nuestros sacos de dormir, es hora de acostarnos. De noche no hay luces ni ruido, solo estrellas.
Salimos como siempre temprano en la manana, bajamos del acantilado para caminar por el fondo del valle atravesando un oceano de trigo, sorgo, millet y cebada. En nuestro camino nos tropezamos con filas de ninos que van caminando a sus colegios -a veces dos o tres horas de ida y otras tantas de vuelta-, nos saludan sonrientes y nos piden botellas de plastico (quien sabe por que). Nos detenemos a conversar con campesinos que recogen la cosecha, senores muy mayores que no saben su edad pero que siguen trabajando la tierra arrodillados con la hoz en la mano. Nos invitan esa tarde a participar en una fiesta de hombres en un corral. Nos reciben contentos -mas aun cuando escuchan que somos judios- y nos invitan a tomar cerveza recien hecha (yummy!) y a comer cereal tostado. Cada vez que nos volteamos nos vuelven a llenar los vasos; yo cuando puedo se la doy disimuladamente a Mulat. Mi hermano, el de mas edad entre nosotros, da un discurso agrdeciendoles la hospitalidad, ellos asienten y aplauden, dos de ellos nos dan la bienvenida, nosotros escuchamos atentos mientras espantamos las hordas de moscas (hay que tener cuidado de no tocar el tema del tabernaculo). Al salir del agasajo retomamos nuestro camino bordeando un rio repleto de arboles de guayaba. Compramos unas cuantas -saben horrible- y seguimos cuesta arriba para visitar otra iglesia muy antigua y un antiguo tunel. Varias horas de caminata, muchas de subida, hasta que llegamos al segundo albergue en una ubicacion igual o mejor que la del primero. Dejamos nuestras cosas y salimos a explorar los alrededores. Muy cerca hay una pequena casa que nos acercamos a visitar. Afuera nos recibe un senor muy mayor -quien sabe, tal vez mas de ochenta- casi ciego que nos invita a sentarnos frente a su casa a "conversar". Nos agarra la mano, nos cuenta historias que no entendemos mientras se arregla los lentes y espanta las moscas. Le preguntamos si recuerda a los italianos, dice que si. Nos invita luego a entrar a su casa que consta de un patio inmenso donde duermen el papa, la mama y los animales y un cuarto trasero donde duermen todos los ninos, los abuelos (el y su esposa) y el resto de la familia. Todo oscuro, muy pocas pertenencias, las paredes ahumadas, el suelo de tierra, mucha humedad, en el fondo una radio. En el patio hay tres colmenas de abejas, la miel en Etiopia es estupenda; en el otro patio un cerco de espinas protege las plantas de lupulo -ingrediente secreto de la cerveza-. Todo el mundo, personas y animales, salen de la casa con el sol, y todos, personas y animales, se recogen con el ocaso. Todos los dias, todo el ano.
Al concluir nuestra excursion, Hailie nos espera con el carro para llevarnos al Gheralta Lodge (http://www.gheraltalodgetigrai.com), un maravilloso hotel fundado por un suizo italiano que se mudo a Etiopia hace muchos anos. Son un punado de casitas en un valle ocre que dan a una imponente cordillera que entre sus resquicios esconde mil y una iglesias. La que escogemos para visitar (por recomendacion de Pascal y su esposa, una pareja de franceses de Clermont Ferrand) se llama Abuna Yemata Guh. Nuestro guia nos busca en la manana y luego de una caminata de una hora llegamos al comienzo de un camino que parece solo apto para cabras montanesas. Para llegar a esta pequena iglesia, construida en el siglo XV, hay que subir hasta casi 2600 metros de altura trepando descalzos. En algunas secciones nos amarramos un arnes y entregamos nuestras vidas a un cuarteto de locales que no habla ingles -y que esta vestido de saco y pantalon largo-. Nos aguantan los pies y las manos mientras repiten a la manera de un mantra: "right foot here, left hand there....good....slowly, slowly...right foot here, left hand there....good...slowly". Son nuestros lazarillos, nosotros -al menos yo- asustados. Luego de una escalada mas larga de lo que esperabamos, y de pasar por orificios en las paredes llenos de calaveras y huesos humanos, llegamos a una cornisa que da a un precipicio. La caminamos con cuidado apoyados de la pared hasta que de repente a nuestra derecha se abre una pequena entrada a una cueva. Entramos y vemos las paredes y el techo cubiertos de frescos antiquisimos que relatan la vida de los apostoles y los patriarcas del antiguo testamento. Un sacerdote algo demacrado vestido de blanco cuida la iglesia con un baculo en la mano. Nos invita a entrar y nos muestra algunas de los libros que guarda. Pasamos un largo rato dentro, en parte para ver en detalle los preciosos murales y en parte por miedo a bajar (seguro que un accidente aqui caeria dentro de las exclusiones de mi seguro de vida). "Right hand here, slowly, slowly....left foot here...slowly..." volvemos a escuchar el coro de los cuatro lazarillos mientras nos aguantan los pies y las manos. Bajar da mucho mas miedo que subir.
Esa tarde cerramos el dia visitando un mercado al aire libre. Tarantines de cebollas, tomates, miel, huevos, algunas cestas, harina de tef; todo muy colorido pero modesto, en pocas cantidades, sin excesos, sin abundancia, sin mucha variedad. Las vendedoras sentadas en el suelo sonrientes y coquetas cuando nos acercamos con las camaras a tomarles fotos. El mercado de animales no queda muy lejos. Es un patio inmenso donde se exhiben vacas, toros, camellos, ovejas, caballos y cabras. Los potenciales compradores revisan dientes, herraduras, orejas y quien sabe que mas. Les colocan yugo y arado a los bueyes y los golpean para hacerles un "test run" dentro del mismo patio. Un espectaculo de sudor, bramidos y polvo. Esa noche, al igual que la anterior, debemos dormir con cuidado, atentos a unas orugas inmensas que caen del techo y comienzan a caminar por nuestras cabezas. Cada vez que sentimos algo pegamos un salto y prendemos la luz. Las que caen las guardamos de mascotas en una botella de plastico vacia.
La ultima etapa de nuestro viaje es un viaje a un pasado aun mas remoto, casi al genesis del planeta, a la infancia geologica de la tierra; pasaremos tres noches en la region de Afar en la Depresion de Danakil en la frontera con Eritrea. La Depresion de Danakil es el segundo lugar mas bajo del mundo y el que tiene las temperaturas promedio mas altas, un desierto inmenso salpicado de salares, azufre y fuego. El proposito principal del paseo es escalar el Erta Ale, un volcan activo que queda en el corazon de la Depresion.
La region de Afar es como si fuera otro pais. Los locales, muchos de ellos nomadas, son todos musulmanes y no hablan Tigray o Amharaic. La poblacion en general es mucho mas pobre, los pueblos que pasamos estan desolados, las casas donde viven son caparazones sobre la tierra caliente de paredes de madera y, en algunos casos, de metal reciclado. Parecen esculturas de Gego, penetrables de Soto. Cuando pasamos con el carro, los locales nos ven con la mirada perdida como si fueramos un espejismo mas en el desierto.
Danakil es una zona inhospita. Debemos llevar con nosotros todo lo que que necesitamos para nuestra excursion. No hay hoteles, dormiremos en nuestros sacos de dormir en el suelo y en catres, hace mucho calor para estar bajo un techo, las tres noches dormiremos al aire libre. Para esta parte del viaje nos acompana Pippa, una maestra inglesa que vive en India y que viaja sola por Etiopia. Pippa tiene 77 anos y tiene la energia y el espiritu de una quinceanera. No deja de impresionarnos por su animo y sed de aventura.
Por el camino, ademas de los camiones volteados de rigor, vemos caravanas interminables de camellos que traen sal de lo profundo del desierto, van caminando lentamente con sus grandes ojos y pestanas cargados con bloques de la pesada mercancia. La temperatura en el carro es de 45 grados centigrados. Luego de una larguisima manejada, en parte por un camino imposible de lava seca, llegamos al campamento desde el que saldremos al volcan. La caminata se hace de noche para evitar las altas temperaturas del dia. Nos preparan la cena -incomible, entre otras razones por la cantidad de moscas- y salimos de excursion. Nos acompana un guia (Mohamed), un fiel camello (Alholivar) y un guardia de unos quince anos armado con una AK47 (Mohamed). En 2012 cinco turistas fueron asesinados en el Afar y otros cuantos secuestrados (a la semana fueron liberados). Nos aseguran que la situacion esta bajo control y que no hay nada de que preocuparnos (un mes despues de nuestra visita un turista aleman fue asesinado subiendo al mismo volcan). Caminamos por varias horas en la oscuridad a la luz de nuestra pequena linterna guiados por el resplandor de la caldera del volcan a la distancia. Es un paisaje lunar de rocas y arena y nada de vegetacion. Caminamos y caminamos a un paso veloz para llegar de primeros. Unas cinco horas despues alcanzamos la cima, de alli hay que seguir unos veinte minutos mas para llegar al crater, estamos agotados. El aire comienza a enrarecerse, hay nubes de azufre que hacen dificil la respiracion, vamos de la mano de uno de los Mohamed que hace las veces de guia, geologo, cargador y guardia. El suelo cruje bajo nuestros pies, caminamos sobre lava que se seco no hace mucho, es dificil hablar cuando nos sumergimos en las nubes de vapores que queman los pulmones. De repente llegamos al borde de la caldera y nos quedamos boquiabiertos. Nos acercamos al precipicio y vemos frente a nosotros un mar de lava roja que sale disparada del centro de la tierra. Llamaradas de fuego, olas incandescentes que se baten contra las paredes del crater haciendo un ruido estruendoso. Nos quedamos hipnotizados. Nos agarramos de las manos, nos da miedo caernos, nos asomamos lo mas que podemos, es dificil describir la sensacion ("uno flipea" nos dijeron unos espanoles unos dias antes). Nos quedamos unos veinte minutos admirando el espectaculo, escuchando la lava y sintiendo el calor. Es hora de volver para dormir unas horas. Hay que bajar antes de que salga el sol.
Al dia siguiente visitamos el salar, una planicie blanca cubierta por unos centimetros de agua que se pierde en el infinito. Mosaicos de sal en un arreglo psicodelico. El efecto que produce cuando se camina sobre el agua es fantasmagorico, es flotar y volar al mismo tiempo, un espejo en el desierto, un caleidoscopio al atardecer. Nos tomamos cientos de fotos, le tomamos decenas de fotos a Pippa, corremos y saltamos (nosotros y Pippa) como ninos pequenos. Esa noche dormimos de nuevo al aire libre sobre catres de madera bajo el cielo mas estrellado del planeta.
La ultima manana del viaje, de todo el viaje, visitamos unos campos de azufre en medio del desierto. Es como visitar Mercurio o Jupiter, otro planeta, un area inmensa y olorosa donde brota el azufre a borbotones entre geysers verdes, amarillos, turquesa y rios multicolores que mueren en el desierto marron. Ya no es sorpresa que cada dia en Etiopia es una nueva sorpresa. Nuestro guia nos invita a remojar las manos en el agua que sale de la tierra, es una pocion tibia y enjabonosa que dice cura cualquier problema de la piel.
Hace dos dias los rojos y naranjas del volcan, ayer los blancos y grises del salar y hoy los amarillos, verdes y turquesas del azufre. Quien esperaria ese carnaval en un desierto, son los olores y colores de la infancia del planeta.
Nuestra ultima parada es la ciudad de Mekele. Yo me ire un dia antes. Llegamos al hotel donde ellos pasaran la noche, yo solo unas horas. Es la primera ducha y la primera verdadera comida en varios dias. Una breve despedida emotiva antes de tomar mi vuelo a Addis (de alli a Nueva York con conexion en Dublin). A Henry y a Nadav los vere pronto, a Hailie quien sabe cuando.
En el avion esa tarde me pongo a leer mi libro de viajes, no estaria mal visitar el ano que viene o el siguiente el sur de Etiopia, la mitica ciudad amurallada de Harar donde vivio Rimbaud y rondan las hienas, el valle del Omo y sus tribus, las montanas de Bale donde viven los lobos o el valle donde nace el Nilo Azul cerca de la frontera con Sudan. Se podria hasta combinar con Djibouti y Eritrea. No suena mal, nada mal.
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