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"Papi, qué es nostalgia?"

  • henrygru0
  • Apr 7, 2021
  • 5 min read

Updated: Apr 10, 2021


Una de las ventajas de vivir y estudiar más arriba del trópico de cáncer es la costumbre de tener vacaciones escolares en cada estación. Aquí, en la zona templada, los niños tienen “winter” y “spring break”, una bienvenida pausa de una semana para aliviarles la rutina de los estudios. “Papi, quiero ir contigo de vacaciones en mi winter break” me dice Camila y comienza a leerme una lista que ella preparó de posibles destinos: “Italia, España, México, República Dominicana, Washington….” “Vamos a Washington Camila” la interrumpo yo temiendo que la lista se vaya haciendo cada vez mas exotica, antes de que lea las Islas Maldivas o Seychelles. “Si papi!!!! Vamos a Washington” me dice emocionada y yo, emocionado tambien, me pongo a planificar el viaje. Durante las semanas siguientes me pide que le repita una y otra vez el itinerario que prepare: primero el Capitolio, ese mismo día el museo de aviación, Mount Vernon (la casa de Martha y George Washington), la imprenta donde hacen los billetes, el museo de espionaje y, si nos da tiempo, el museo de ciencias naturales. “Papi, puedo llevarme un vestido elegante para salir a cenar?”, “Claro Cami, vamos a tener una cena elegante la noche que veamos a tu prima Tania”.




Los viajes en tren tienen un encanto especial, un sabor de antaño, tiene que ver con el ritmo, con el bamboleo y los sonidos, con el subir y bajar de la gente, con el paisaje por la ventana – a veces nítido a veces borroso-, hay algo que te conecta con otra época y otro lugar, que hace placentero el trayecto, que adormece el stress, que anestesia el apuro. Esa mañana nos sentamos contentos y sonriendo (muy contentos y muy sonrientes) en nuestras butacas de tren y a los pocos minutos nos pusimos a ver juntos las primeras películas de la larga librería de DVDs que llevamos. La estación de tren en Washington es una buena puerta de entrada a la ciudad. Le digo a Camila que este pendiente, que vamos a ver de cerca el Capitolio y la Casa Blanca Salimos a la calle y nos pega en la cara el viento frío de enero y con el -sin yo esperármelo- una avalancha de recuerdos. Washington fue, dos veces allá en los noventa, el lugar que llame casa. La primera vez, por poco más de un mes, en agosto de 1993. Hacía calor ese agosto cuando llegue, bastante jovencito y con el inglés poco pulido, a tomar un curso introductorio al sistema legal americano al que me mandaron antes de comenzar mis estudios en Boston. Fue un mes maravilloso de esos que duran varios meses. Viví en la universidad, en Georgetown, en un apartamento que tuve la suerte de compartir con dos amigos entrañables: Firoz Cachalia y Antonio Garza, que al igual que yo acababan de llegar –jovenes, flacos y de buen humor- a los Estados Unidos. Entre nosotros tres, tal vez por las cervezas que puntualmente nos tomamos juntos cada tarde, nació un cariño no ha hecho sino crecer descontroladamente durante los últimos dieciocho años. Fue un largo agosto de expediciones (Baltimore, Nueva York, Virginia, Maryland...), de poco estudio, de planes y promesas. Washington, sin yo saberlo, se convirtió en la ciudad natal de esta segunda parte de mi vida. Mi segunda vez en Washington fue por seis meses en junio de 1995, un junio igual de caluroso que ese primer agosto. Llegaba yo con un currículum bastante escueto (y muy sudado) a mi primer trabajo en el Banco Mundial. No fue una larga estadía; tan solo un verano, un otoño y medio invierno (de infinita nieve). Fueron seis meses de trabajo (no mucho), de paseos en bicicleta y canoa por el Potomac, de tardes en los museos (mi favorita, la colección precolombina en Dumbarton Oaks) y largas tertulias con el bueno de Ricardo Tejada y la encantadora Paloma. Muchas noches comiendo senegales en Adams Morgan, fingiendo que bailabamos salsa en el no tan famoso Havana Club (haciéndole creer a la gente que Ricardo y yo acababamos de bajarnos del Mariel), trepando las montanas de nieve luego de la legendaria tormenta de diciembre del 95. Un monton de recuerdos, asi de repente y sin esperarlo, todos atropellandome a la salida de la estación tren.

Fuimos a nuestro hotel, un Westin impecable en Georgetown y –a sugerencia de Cami- nos quedamos descansando el resto de la tarde. Esa noche mientras cenábamos en la habitación (“Papi, pide room service pliiiiiiiiiiis”) le explique a Camila que sentía mucha nostalgia y que al día siguiente antes de ir al Capitolio la llevaría al edificio donde yo viví (un edificio con poco ángel en una esquina en Foggy Bottom con un lobby muy frio y una piscina minúscula en la azotea). “Que es nostalgia papi?” me pregunto Cami y yo me quede callado por un momento, pensativo, tratando de explicarme a mí mismo lo que sentía para poder explicárselo a ella. Como ocurre con frecuencia con los niños, las preguntas más sencillas resultan difíciles de responder, nos obligan a redescubrir lo descubierto, a explorar de nuevo lo que creíamos explorado. Como me sentía yo? Que sentía? Era tristeza, alegría o una extraña mezcla de los dos? Es agradable o desagradable la sensación? Es contagiosa? A qué edad comienza a darnos nostalgia? Como se cura? Cuando se va? “Cami, nostalgia es cuando uno recuerda con cariño algo que paso, cuando uno extraña algo, una época de la vida o un lugar” Como explicarle que cuando uno es niño –o joven- la nostalgia suena raro, suena a viejo, que yo la presenté –a veces- cuando escuchaba a mi papá hablando con sus amigos de Rumania e Israel, de la Caracas de antes, que yo sospechaba que la nostalgia estaba guardada en ese álbum de recortes de periódico sobre el club social Macabi que mis padres fundaron al llegar a Venezuela (un álbum que nunca vi pero que mi papá y mi mamá decían les había robado un amigo). Como explicarle a Camila que así como cambian ciertas cosas con la edad (uno empieza a dormir con pijama completa, comienza a gustarnos la pimienta y las alcaparras) asi, parecido, nos visita la nostalgia, comenzamos a recontar viejas historias, recordamos recuerdos, repetimos anécdotas, hablamos de calles, de chucherías que comíamos de niños, de propagandas de televisión, de amigos que están lejos o no están. “Cami, nostalgia es cuando uno viaja por un instante a otro lugar y a otro momento donde uno vivió”. Pensé en explicarle lo que se siente a veces cuando uno come una аrepa, un pepino encurtido como los que hacía mi mamá, un buen pirulin, lo que me pasa cuando –como mi papa- me reuno con mis amigos y hablamos de ayer y anteayer, cuando uno ve fotos viejas o cuando me tropiezo con un vendedor de mamones (mamoncillos) en alguna esquina de Madison o Lexington Avenue. Camila me mira algo confundida, me pide que le cuente una historia para dormirse (una historia con los mismos personajes de siempre, los cinco personajes que inventamos cuando tenia 3 anos, los dos hermanos Fafa y Cacalata y sus tres primos: Bologni, Pastrami y Salami). La historia esta noche es de un viaje de los cinco primos a Washington, se la cuento mientras le hago cariño en el pelo y ella, que está muy cansada, se queda dormida. No me atrevería a despertarla ahora para decirle que presiento que recordaré este momento con nostalgia, que estoy seguro que dentro de uno y cinco y siete y veinte años recordaré nuestros cuatro días en Washington paseando contentos, con frío, agarrados duro de la mano y riendonos, que ya me da nostalgia el recuerdo de ella vestida de gala cenando conmigo y mi sobrina querida en el restaurante de la esquina de nuestro hotel la última noche del viaje.




 
 
 

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Señor Grumberto

Soy adicto al chocolate, los viajes y reir sin parar. Adoro a mi cubana y nuestros hijos, a Camila mi primogénita, fiel amigo, amigo de mi hermano. Soy glotón y devoro páginas. Vivo cada día como el primero de mi vida!

 

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