Orhan, Orhan y Orhan
- henrygru0
- Apr 6, 2021
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Updated: Apr 10, 2021

Hay escritores, muchos, que tienen el acento de las ciudades donde vivieron, que recorren una y mil veces sus vecindarios contándonos historias, que vuelven a hablarnos una y otra vez de sus abuelas y las maneras de hacer el desayuno, de los sonidos de la calle, de los primeros días de clases y los olores de la infancia. Orhan Pamuk, el primero de los tres Orhan, es Estambul, la Estambul de los años sesenta donde nacio y crecio, una ciudad aletargada y gris que se recuerda a sí misma, que vive la nostalgia de otros Estambules. En el Estambul de Orhan se atisba aún el esplendor otomano, el que hipnotizó a Flaubert y Pierre Lotti, la silueta de los minaretes en el verano. Hay ciudades, muchas, que tienen el acento de los escritores que vivieron en ellas, ciudades que se convierten en narraciones, ciudades que nos cuesta volver a ver igual después de haberlas leído. Estambul, al menos para mi, suena a Pamuk; me cuesta caminar al borde del Bósforo o ver las pocas casas de madera que sobreviven -artríticas, osteoporóticas- sin recordar alguno de los recuerdos de Pamuk. Adoptamos de repente la infancia de otro, tomamos prestada su nostalgia y con ella paseamos por la ciudad fingiendo que acabamos de llegar, fingiendo originalidad. Volvi hace poco a Estambul y, como siempre, no pude deshacerme de Orhan.
Hay fotógrafos, algunos, que tienen el acento de las ciudades donde vivieron, que la retratan y vuelven a retratarla, que la toman prestada para volver a prestarla. Orhan Cem Cetin, el segundo de los tres Orhan, es Estambul. Hace unos años paseaba yo, escapado, por una exposición de fotografía muy pequeña en el sotano del Istanbul Modern (www.istanbulmodern.org), una exposición dedicada al puente de Galata que une el viejo barrio de Sultanahmet con la "nueva" Estambul. Era un solo cuarto, rectangular y alargado, y al fondo Darbogaz ("Cuello de botella"); una foto gris e inmensa, gris y estupenda, de barcos y luces en el Bósforo. Es una foto de Orhan a quien no me quedó más remedio que conocer. Desde hace unos años tengo una ventana al Bósforo en mi apartamento en Nueva York, barcos y luces que flotan pacientes esperando su turno, Darbogaz en Manhattan. En mis viajes a Estambul tengo ahora la suerte de poder tomar una cerveza con Orhan, el segundo de los tres Orhan, nos sentamos a hablar de esto y de lo otro, de sus próximas exposiciones y de sus hijos, de política y de comida, del paseo al pintoresco pueblo de Safranbolu que siempre planeamos para mi proxima visita (www.orhancemcetin.com). Esta vez Orhan nos presentó a Murat, un amigo fotógrafo, con quien visitamos el museo -casualmente exponía él- y luego almorzamos (un almuerzo memorable en el restaurante de otra amiga suya -Didem se llama ella- con una buena sonrisa y mejor aderezo). Fueron un par de días maravillosos de verano y Ramadán por las calles y las aguas de Estambul. Esta vez, además de los Orhanes de siempre, me acompañó el bueno de Ricardo, a quien París fue tan amable de prestarme por un par de días. "Adonde vamos?" preguntaba Ricardo a lo que yo respondía, a la manera pretenciosa de un turista new age: "no es el destino lo que importa sino el recorrido, el journey, el safari (una de las tres palabras en swahili que conozco)". Así, tomamos un taxi hasta casi Bebek (un taxi que amablemente nos dio el vuelto en billetes falsos), caminamos un rato al borde del Bósforo, nos montamos en un barco que nos llevó a Asia, un taxi en busca de un restaurante bien recomendado, dos cervezas criando el hambre en un estupendo paseo peatonal, historias y recuerdos de antaño en Boston y Washington, criada el hambre una cena inolvidable en Ciya Sofrasi (el restaurante bien recomendado que ahora recomiendo yo). Al día siguiente la iglesia de Chora con los mosaicos dorados, los cristos y apóstoles cuadriculados, las historias de Bizancio que la buena suerte y paredes falsas de madera lograron salvar. De allí al café de Pierre Lotti, otro francés enamorado de Estambul, una vista infinita del Golden Horn y luego un paseo en bote hasta el Bazar de la especies.

Ahmet, el capitán de nuestro barquito (barquitito), nos miraba sonriente al mando de un motor que con un ratoncito de fuerza hacia el ruido de mil caballos. En el Bazar nos aprovisionamos; dátiles, almendras, higos, pistachos, aderezos y frutas para seguir escalando ciudad arriba hasta llegar a un viejo Hamam donde los turistas cansados y deseosos de "oriente" dejan sus inhibiciones para entregarse, envueltos en una toalla, a los placeres de los masajes y el calor. Esa noche una buena cena turca, buen vino y un postre espectacular. Más historias y anécdotas de Boston, la revista de rigor de todos los amigos comunes, la lista de sobrenombres. "Otra botella?" nos hacemos la pregunta retórica "si, por supuesto", nos respondemos, y mas conversa animada entre alcachofas, hojas de parra, kafta y buen yogurt. El primer día, sin Ricardo, el museo de arqueología, maravilloso y caluroso; la estatua de Safo, Marcias angustiado, el sarcofago de Alejandro Magno (que se llama así pero no es de él), decenas de otros sarcofagos y cenotafios (la muerte como espectáculo) y un café con pocos clientes en un patio repleto de columnas y capiteles.
Y el tercer Orhan? Si, se me olvidaba, Orhan se llamaba el chofer del taxi que me llevó -callado y con el estómago vacío- ese domingo de Ramadán desde el aeropuerto
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