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En Panamá cambiando de canal

  • henrygru0
  • Apr 6, 2021
  • 4 min read

Updated: Apr 10, 2021


“A fuckin fun weeken inda playa paseando in Panama”, o algo parecido, seria lo que diría un Bocatoreño para describir mi último fin de semana. El Guari-Guari, el dialecto creole que hablan los habitantes de Bocas del Toro es, como ellos mismos lo explican: “una mezcla de ingles y espanol pero con muchas, muchísimas, vulgaridades”. A nosotros nos tomó por sorpresa cuando lo escuchamos por primera vez camino a Cayo Zapatilla en un pequeño restaurant a orillas del manglar donde nos paramos a ordenar nuestro almuerzo. Pedimos la comida: “preparenos por favor un mixto de mariscos con curry y coco” y de allí fuimos caminando por un puentecito de madera sobre el agua hasta otra casita a alquilar máscaras de buceo (y un par de esquies para Jorge). Fue entonces cuando nos tropezamos con un grupo de amigos que conversaba muy animadamente en Guari-Guari. La costa caribe de Centroamérica estuvo por mucho tiempo más cerca de las antillas inglesas que de la América española (dicen que Arzu, el arquero hondureño del mundial de España 82 que rompió en llanto cuando perdieron contra Yugoslavia faltando tres minutos, hablaba mucho mejor ingles que español). Desde muy temprano, desde comienzos del siglo XIX y luego de nuevo a comienzos del siglo XX, llegaron a Panamá oleadas de trabajadores negros, principalmente de Jamaica y Barbados para trabajar en las plantaciones de banano y en la construcción del Canal. Muchos, los que sobrevivieron, se quedaron a vivir en Bocas del Toro y sus alrededores. El bote de amigos Guari-Guaris se fue, pero por un rato se sigue escuchando a lo lejos, entre risa y risa, el contrapunteo de “fuckin..fuckin”. Nosotros también estábamos listos para seguir nuestro paseo. Cesar, nuestro lanchero, a quien bautizamos “Cervecesar” cuando nos pidió que le compraramos dos Corona de desayuno a las 8.30 de la mañana, nos dejo en la orilla del cayo Zapatilla. Saltamos al agua, le dimos la vuelta al islote caminando por la playa y comenzamos a nadar. El agua tenía la temperatura perfecta, pocas olas, sol pero no demasiado, desde el agua se veía el centro de la isla muy verde rodeado de una franja de arena limpia y, lo mejor de todo, muy, muy poca gente.



Cervecesar

Cayo Zapatilla





Bocas del Toro es un archipiélago a 45 minutos en avión de la ciudad de Panamá; “si nos despertamos temprano vamos por el dia” dijimos algo escépticos la noche antes y a las seis de la mañana estábamos sentados tomando agua de coco en el aeropuerto esperando que saliera nuestro avión de Air Panama comandado por el capitán Pérez, un simpático piloto argentino. El avión aterriza en Bocas Town, un pueblo “funky” que los mochileros descubrieron hace unos diez años y donde ahora vive una comunidad de extranjeros que no pudo más con el clima de Londres, el tráfico de Buenos Aires, las dos semanas de vacaciones al año de los Estados Unidos, el desempleo involuntario o que simplemente no quiere usar zapatos. En Bocas Town siempre es la hora de la siesta. Tomamos un taxi del aeropuerto al embarcadero (nos costó un dólar y no tuvimos que regatear) y allí contratamos al bueno de Cervecesar. El archipiélago son cuatro islas grandes (parte de ellas parque nacional) rodeadas de muchos islotes, un laberinto de manglares, y montones de delfines que vienen atraídos por colonias de sabrosas medusas. Pasamos el dia recorriendo playas, visitando hoteles para ver adonde ir la próxima vez, hablando y re-hablando entretenidos de los mismos temas, continuando como si nunca las hubiéramos interrumpido las conversaciones que comenzamos en Chicago hace ya 15 anos. Al final del dia tomamos algo en el pueblo mientras esperábamos al capitán Pérez y su tripulación, 45 minutos de vuelo a la ciudad de Panamá, justo a tiempo para una buena cena de kibbe, hummus, falafel y kafta en un agradable comedero libanés. En Panamá se come bien. El dia antes, apenas llegue, almorzamos en Posta; un restaurante magnífico donde de entrada nos sirvieron queso feta y camarones sobre patacón y de plato principal una corvina divina (valga la rima). Cuando estaba por terminar mi pescado me dijo Jorge: “Prepárate porque faltan todavía las dos mejores cosas del restaurante: “el postre y la cuenta”. Y así fue, el postre de chocolate maravilloso y la cuenta muy solidaria.

Panamá se siente como un híbrido entre Dubai y Barranquilla, la ciudad ha cambiado mucho desde que vine la última vez en 1998 pero guarda todavía, en el casco viejo y en otros vecindarios, el ritmo de antes. Impresiona mucho ver los nuevos tramos de autopistas, los hoteles, el museo de biodiversidad (en construcción) que Frank Gehry diseñó, los edificios altos, los centros comerciales y las luces pero impresiona también, por lo menos a mi, lo cerca que está la ciudad de la naturaleza. A diez minutos del centro de la ciudad hay bosques, verdaderos bosques, con infinitos pájaros, ranas de colores y monos. Hay playas y lagos, islas, bambú y palmeras. Panamá no ha perdido, aún, algunos de los rasgos de las pequeñas ciudades, en Panamá todavía se siente el pulso de la naturaleza, el horario de la lluvia, la menopausia del trópico.

Llega el lunes, Jorge a su oficina y yo a Lima a trabajar. Sentado en el avión asomado a la ventana volando sobre el canal me doy cuenta que tengo muchas ganas de volver, “fuckin ganas de come back" que así debe decirse, me imagino, en Guari-Guari.



 
 
 

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Señor Grumberto

Soy adicto al chocolate, los viajes y reir sin parar. Adoro a mi cubana y nuestros hijos, a Camila mi primogénita, fiel amigo, amigo de mi hermano. Soy glotón y devoro páginas. Vivo cada día como el primero de mi vida!

 

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